Escapada a Burriana y Peñíscola

¿Cómo de bien sienta salir unos días de nuestro entorno habitual? Pues ya os lo digo yo, sienta fenomenal. Ojalá pudiese hacerlo más a menudo. En el post de hoy os dejo un resumencillo, más bien fotográfico que textual de lo que fue el mini viaje.
Salí el viernes de Madrid en un corre corre que ni os hacéis idea porque había mirado la hora de salida mal. Sí, olé yo. Y aquel viernes Atocha parecía que estaba de rebajas. En fin. El viernes noche llegué y prácticamente fui zombie a la cama. El sábado, como iba a hacer tiempo regulero y yo había descubierto un enorme agujero en el culo de mis vaqueros, decidimos entrenar por la mañana en la playa, comer LA señora paella en Nules y después bajar al centro comercial a que pudiese comprarme algo. Hacía tanto viento matriculeros, pero tanto viento. Por la tarde dimos uno de nuestros ya habituales paseos por el Espigón de Burriana y pude disfrutar de esos atardeceres que no acostumbro a ver mucho por la capital. Sin palabras, me deja sin palabras cada vez que lo veo.

El domingo, que hacía más solecico, decidimos ir pasar el día a Peñíscola. Y OMG, enamoraíca me quedé. Qué sitio tan bonito. Nos dedicamos a hacer lo que manda la guía del turista obediente y visitamos el castillo, los jardínes y comimos una caldereta de rape que...apuf. Estaba TAN rico y yo tenía TANTO hambre. El sitio donde comimos se llama Casa Dorotea, y repetiría. Yes. Yes. YES. Paseamos, paseamos y paseamos un poco más. Antes de volver a Burriana, paramos en un pueblecito que se llama Torre la Sal, y eso es como Cactusland. Me encantó. Se respiraba una tranquilidad (claro, estamos en la playa en Febrero) y el paseo por la playa y demás era tan...no sé, tenía algo.